lunes, 4 de marzo de 2024

¿Qué es la sexualidad para Freud?

 

Para responder esta pregunta voy a tomar una cita bastante extensa de “Psicología de las masas y análisis del Yo”, en la cual Freud hace una explicación de lo que él llama sexualidad y pulsiones sexuales. Al principio tuve la idea de comentarla a medida que la transcribía, pero después preferí dejarla intacta debido a lo claro que es el mensaje que el autor está transmitiendo, destacando que lo hace con una enorme altura para destrozar a sus críticos y una erudición como la que ya estamos acostumbrado a encontrar en él.

La única aclaración que voy a hacer es que yo pongo el término “pulsión” en todas aquellas oportunidades en las cuales López Ballesteres puso “instinto” para traducir “trieb”.

Sin más preámbulo, la cita:

 “Libido es un término perteneciente a la teoría de la afectividad. Designamos con él la energía –considerada como magnitud cuantitativa, aunque por ahora no censurable- de las pulsiones relacionadas con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto de amor. El nódulo de lo que nosotros denominamos amor se halla constituido, naturalmente, por lo que en general se designa con tal palabra y es cantado por los poetas; esto es, por el amor sexual, cuyo fin último es la cópula sexual. Pero, en cambio, no separamos de tal concepto aquello que participa del nombre de amor, o sea, de una parte, el amor del individuo a sí propio, y de otra, el amor paterno y el filiar, la amistad y el amor a la Humanidad en general, a objetos concretos o a ideas abstractas. Nuestra justificación está en el hecho de que la investigación psicoanalítica nos ha enseñado que todas estas tendencias constituyen la expresión de los mismos movimientos pulsionales que impulsan a los sexos a la unión sexual; pero que en circunstancias distintas son desviados de este fin sexual o detenidos en la consecución del mismo, aunque conservando en su esencia lo bastante para mantener reconocible su identidad (abnegación, tendencia a la aproximación).

Creemos, pues, que con la palabra “amor”, en sus múltiples acepciones, ha creado el lenguaje una síntesis perfectamente justificada y no podemos hacer nada mejor que tomarla como base de nuestras discusiones y exposiciones científicas. Con este acuerdo ha desencadenado el psicoanálisis una tempestad de indignación, como si se hubiera hecho culpable de una innovación sacrílega. Y, sin embargo, con esta concepción “amplificada” del amor, no ha creado el psicoanálisis nada nuevo. El Eros, de Platón, presenta, por lo que respecta a sus orígenes, a sus manifestaciones, y a su relación con el amor sexual, una perfecta analogía con la energía amorosa; esto es, con la libido del psicoanálisis, coincidencia cumplidamente demostrada por Nachmansohn y Pfister en interesantes trabajos; y cuando el apóstol Pablo alaba el amor en su famosa Epístola a los Corintios y lo sitúa sobre todas las cosas, lo concibe seguramente en el mismo sentido “amplificado”, de donde resulta que los hombres no siempre toman en serio a sus grandes pensadores, aunque aparentemente los admiren mucho.

Estas pulsiones eróticas son denominadas en psicoanálisis, a priori y en razón a su origen, pulsiones sexuales. La mayoría de los hombres “cultos” ha visto en esta denominación una ofensa y ha tomado venganza de ella lanzando contra el psicoanálisis la acusación de “pansexualismo”. Aquellos que consideran la sexualidad como algo vergonzoso y humillante para la naturaleza humana pueden servirse de los términos “Eros” y “Erotismo”, más distinguidos. Así lo hubiera podido hacer también yo desde un principio, cosa que me hubiera ahorrado numerosas objeciones. Pero no lo he hecho porque no me gusta ceder a la pusilanimidad. Nunca se sabe a dónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas. No encuentro mérito alguno en avergonzarse de la sexualidad. La palabra griega Eros, con la que se quiere velar lo vergonzoso, no es, en fin de cuentas, sino la traducción de nuestra palabra Amor. Además, aquel que sabe esperar no tiene necesidad de hacer concesiones. (1)

 

Luego de la cita, nada más por mi parte que resaltar como elementos llenos de genialidad la oración en la que Freud dice no haber seguido ese camino para no ceder a la pusilanimidad, toda una declaración de principios; o también la sutileza de llamar “cultos” a quienes tanto se horrorizan ante la mención de la sexualidad, como una forma de destrozarlos con enorme clase.

 

 

Bibliografía:

 

(1) Freud, S.: “Psicología de las masas y análisis del Yo”. En Obras completas, tomo 19, página 2576/7. Losada, Buenos Aires, 1997

lunes, 19 de febrero de 2024

El yo Ideal y el Ideal del yo en Introducción del narcisismo. (Primera parte)


             En el capítulo 3 de “Introducción…” Freud habla del narcisismo infantil en el cual el niño se tomaba a sí mismo como ideal y concentraba toda la libido en su propia persona, aún cuando todavía no podía hablarse de que ya existiera un yo. Entonces se pregunta qué pasó con esta libido, ya que en la edad adulta la megalomanía aparece muy reducida, a diferencia de lo que ocurre generalmente con los niños. La opción de que se haya gastado toda la libido en investiduras de objeto es inaceptable.

Freud ubica la respuesta en la teoría de la represión, la cual parte del yo o, más específicamente, del respeto del yo por sí mismo, el cual permite o rechaza el acceso de las representaciones a la conciencia. Freud lo plantea diciendo que hay personas que toleran ciertos impulsos e impresiones, mientras que hay otras personas que no los toleran; respecto de esto dice:

 

“Podemos decir que uno ha erigido en el interior de sí un ideal por el cual mide su yo actual, mientras que en el otro falta esa formación de ideal. La formación de un ideal sería, por parte del yo, la condición de la represión”.

 

Lo que entiendo a partir de esto es que ese ideal, sin por el momento ponerle nombre de yo Ideal o Ideal del yo, es la imagen de perfección que representa todo lo que está bien y lo que está mal, de manera que impone el camino de lo que el yo debe hacer y cómo lo debe hacer y que es por eso lo que aparece como la condición de la represión, ya que dictará las leyes de lo que se puede tolerar y lo que no, lo primero será aceptado mientras que lo inaceptable, es decir las representaciones inconciliables para el yo, serán reprimidas.

Es simple entender que si no existe un ideal según el cual guiarse y que diga cuáles son las cosas que no pueden ser aceptadas, el primer sujeto del que habla la cita no tenga parámetros para considerar algo como inaceptable y por lo tanto no tenga necesidad de reprimir nada.

Sigue diciendo Freud en el siguiente párrafo, donde se produce el desconcierto:

 

“Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. (…) No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia.”

 

El comienzo es simple, ya que continúa la explicación anterior poniéndole nombre a eso que venía describiendo, se trata del yo Ideal; como si fuera necesario, lo dice dos veces, como para que quede claro a qué ideal se refiere. Entonces ¿qué es el yo Ideal? Freud nos explica que consiste en la conservación del narcisismo infantil, el cual no se desea que se pierda y el cual posee todas las perfecciones de las que el niño gozaba en la etapa de “his majesty the baby”, de manera que para que esto no desaparezca es transferido ese sentimiento de amor de sí mismo hacia el yo Ideal.

 

“…y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio…”

 

Es decir que si no pudo conservarse este narcisismo infantil fue porque se lo impidió todo lo que le fue enseñado desde aquella época (muchas veces se critica la traducción de Amorrortu por contener palabras y expresiones extrañas habiendo otras mucho más legibles, como es el caso de “admoniciones”, cuando López Ballesteros pone “enseñanzas”) y también por el surgimiento de sus propias ideas acerca de lo que se puede y lo que no se puede hacer, cosas tales como que se debe controlar esfínteres, se debe comer de cierta manera y todas las demás cuestiones de educación que limitan nuestro narcisismo y absoluta libertad de la que gozamos al inicio de nuestras vidas.

Y por último, y acá se produce el despelote:

 

“…procura recobrarla en la nueva forma del Ideal del yo”.

 

¿Cómo que el Ideal del yo? ¿No venía hablando claramente del yo Ideal? ¿Cuándo cambió de tema? ¿Cómo es que empieza hablando de algo y termina el mismo párrafo hablando de otra cosa? En este punto, López Ballesteros pone “yo Ideal” y se saltea toda la discusión.

En la clase 11 del seminario 1, Leclaire y Lacan leen este texto y debaten sobre la confusión que produce el hecho de que Freud empiece diciendo uno y termine nombrando al otro, de manera que Freud escribió ambos en el mismo párrafo sin hacer distinción entre ellos o aclarar que pasaba de uno al otro.

Leyendo varias veces el párrafo solo puedo llegar a pensar que se trata de dos formas distintas de hablar de lo mismo, es decir que no serían cosas distintas el Ideal del yo y el yo Ideal en este párrafo que estoy tomando, sino que serían dos nombres dados a la misma cosa. Y digo esto porque Freud no explica dos mecanismos distintos, ni dos génesis distintas, ni dos beneficios distintos, sino solamente uno de cada uno. La explicación freudiana describe que el narcisismo infantil no puede ser conservado por todo lo que el niño va aprendiendo acerca de cómo debe comportarse y esto implica que no puede hacer lo que quiere, donde quiera, ni cuando quiera; es decir que el narcisismo original va recortándose y reduciéndose. Pero nadie cede estas cosas de buen grado y este proceso no se lleva adelante sin una lucha por conservar esa perfección disfrutada y ahora cercenada, de manera que se crea un ideal que porta estas perfecciones que no se desea perder, es decir que este ideal es una forma de recuperar ese narcisismo que de otra manera se vería perdido irremediablemente. Es un ideal que primero llama yo Ideal y después llama Ideal del yo.

Ahí hay una sola explicación, una sola creación, una sola intención presentada por Freud, nunca dos. No hay algo que se aplique al yo Ideal y otra cosa que se aplique al Ideal del yo. No hay ninguna otra explicación que muestre un proceso distinto que podría estar dando cuenta de un segundo ideal, todo está dicho en términos de singularidad y el proceso descripto es uno solo. Es como si Freud no se preocupara mucho por si ese ideal es llamado yo Ideal o Ideal del yo, como si fuera lo mismo llamarlo de una forma o la otra porque esos dos nombres están hablando de lo mismo.

¡Y lo llama de las dos formas distintas en el mismo párrafo!

No hay ninguna indicación de que sean dos cosas distintas, sino todo lo contrario, parecería que Freud está describiendo una única cosa, a pesar de que lo denomina de dos maneras distintas. Al menos según este párrafo, el Ideal del yo y el yo Ideal serían dos nombres de lo mismo.

Realmente me cuesta muchísimo hacerme a la idea de que no aparecen diferenciados, ya que siempre los tomé como dos cosas distintas. Tal vez tiene que ver con que se nos presentan muchas cosas ya desde la facultad con lecturas posteriores a Freud, Lacan fundamentalmente, y para Lacan por ejemplo sí son dos cosas distintas y no confundibles, de manera que se puede producir una especie de contaminación de lo que dijo uno con lo que dijo el otro y aparece como que Freud dijo lo que en realidad dijo Lacan u otros.

Las citas siguientes, según mi lectura, refuerzan esta interpretación del texto, como ya les iré presentando.

lunes, 5 de febrero de 2024

La metonimia.

 


La metonimia es la otra ley fundamental del inconsciente al mismo tiempo que lo es del lenguaje, Lacan la hace coincidir con lo que Freud explicaba bajo el término de desplazamiento y se dedica mucho a ella en la clase 4 del seminario 5, clase llamada “El becerro de oro”.

Como ocurre en la metáfora, los efectos de la metonimia también se inscriben en la línea del grafo que va de izquierda a derecha, es la línea donde se producen los efectos del significante.

Así como la metáfora estaba planteada en términos de la sustitución de un significante por otro significante, la metonimia se refiere a la relación de un significante con otro significante, es decir que el efecto metonímico tiene que ver con que un significante se relaciona con otro significante, que también está relacionado con otro significante, el cual también está relacionado con otro y esto puede continuar hasta el infinito. De esta manera, la metonimia es lo que produce la cadena significante sobre la cual van a producirse todos sus efectos.

Es la dimensión diacrónica del discurso, no tanto por el hecho de que existe una exigencia ineludible que implica un tiempo en el cual debe hablarse, ya que es imposible decir todo al mismo tiempo, sino porque hay una exigencia lógica y no cronológica que implica que un significante está unido a otro significante y después a otro y a otro, por lo que hay una secuencia lógica que implica que es imposible que esté todo al mismo tiempo.

Esto hace que la metonimia sea una cosa muy distinta a presentar todos los significantes juntos, como puede ocurrir si hablamos del Otro como tesoro del significante, donde están todos juntos. La metonimia significante presenta sus elementos como los eslabones de una cadena que se unen y producen una continuidad, es por eso que se habla habitualmente de la cadena significante. Es por eso que cuando se habla de metonimia se hace referencia a una cosa, ya sea un objeto, una palabra o lo que sea, que remite a otra cosa, la cual a su vez remite a otra cosa y así continuamente.

En el seminario 5, Lacan habla del olvido de “Signorelli” y ubica ahí una combinación metonímica en el hecho de que un paciente que se había suicidado por problemas de impotencia le dice a Freud: “Herr (“señor”, en alemán), sé que hizo todo lo posible”. En ese momento ese significante “herr” queda cargado con todo el peso de la muerte y la sexualidad que llevan a Freud a fallar en encontrar el apellido buscado cuando habla con un extraño en el tren debido a que no quiere discutir con ese extraño los temas de la muerte y la sexualidad, su vivencia como médico de ese paciente que se suicidó, sus propios miedos respecto de esos temas, etcétera.

No hay posibilidades de que esto pueda producirse si no es sobre la base de una cadena en que cada elemento puede unirse y combinarse con los demás, solo así se abre la posibilidad de que estos elementos se relacionen unos con otros y sobre esta combinación se puedan producir los distintos efectos. En relación a esto, Lacan insiste varias veces en que no habría metáfora si no hubiera metonimia, ya que para que pueda producirse el efecto metafórico de la sustitución tiene que existir previamente, en forma lógica y no cronológica, una relación entre los dos significantes involucrados que permita esa sustitución.

En ella vemos otra vez, como en la metáfora, la “f” de la función, pero esta vez no se trata de la sustitución de un significante por otro representado por una barra que los ubica arriba y abajo, sino que hay dos significantes, S y S´, que están en el mismo nivel en una situación de estar uno detrás de otro, en una continuación infinita, representada por los puntos suspensivos. La segunda parte de la fórmula presenta otra diferencia con la de la metáfora, ya que la metonimia produce un efecto que Lacan describe como la reducción de sentido, la desvalorización de este sentido, la cual aparece representado por el signo (-).

Creo que esta disminución de sentido puede entenderse pensando que si pasamos de una cosa a la otra sin detenernos en ninguna no se puede ubicar algo que tenga un sentido fuerte, sino que este sentido no puede consolidarse, ya que la cadena no se detiene, sino que continúa cambiando de significado.

Otro efecto de esta combinación es la aparición de lo que se llama las ruinas metonímicas del objeto, se trata de los nombres que se le ocurren a Freud en lugar del nombre buscado, lo cual le lleva a mencionar a Boticelli y Boltrafio, aún sabiendo perfectamente que no se trata de esos pintores.

Ocurre que lo buscado está en relación con esos nombres porque también son nombres de pintores, porque Boticelli termina igual que Signorelli, porque tanto Boticelli como Boltrafio empiezan como Bosnia y el segundo termina parecido a Trafoi que son ciudades relacionadas con la historia del paciente y otras cuestiones más. Son conexiones entre estos significantes que dan por resultado el hecho de que aparezcan, aún cuando Freud sabe perfectamente que no se trata de ellos, pero sin poder evitar que estas cadenas hagan que esos nombres se le presenten ante la falta creada por el olvido.

El ejemplo de chiste metonímico que Lacan toma es el del “becerro de oro”, en el cual aparecen muchas personas reunidas alrededor de un hombre rico y en otro lado hay dos personas hablando, una de estas personas dice que todavía se sigue adorando al becerro de oro, en relación a este hombre rico que es buscado y rodeado por la gente como hacían antes los paganos alrededor de ídolos a los que adoraban como dioses. Esto produce la respuesta de Henri Heine al decir que esa persona a la que se refiere ya está bastante grande para ser calificada de becerro.

Respecto de este chiste, Lacan destaca que lo que hay que tener en cuenta es que el término “becerro” está tomado de dos maneras distintas, ya que el primer hombre que habla dice esta palabra en relación al ídolo antiguo que se elevaba a la categoría de Dios y que así producía el efecto de tener mucha gente alrededor para alabarlo, cosa que encuentra similar a este personaje rico al cual muchos se acercan para adularlo y festejarlo, con lo cual lo convierten en objeto de cierta idolatría. A diferencia de esto, Heine toma esa misma palabra, pero ya no como un concepto sino como un significante y lo usa dándole otro sentido, el del animal hijo de la vaca y el toro, el cual por su corta edad es llamado de esa manera.

Lo que esto nos muestra es que cuando se piensa en el plano significante no puede pensarse en un único sentido para las distintas cosas, ya sean palabras, hechos, situaciones, etcétera, sino que cada uno de ellos puede estar puesto en relación a múltiples sentidos y dependerá de muchos factores que se lo asocie con una cosa o la otra. Este chiste muestra que un significante puede combinarse con el sentido de ídolo de la misma forma que puede hacerlo con el sentido de juventud, como también podemos pensar que en otro contexto puede ser tomado de muchas otras formas, tales como decirle a alguien que tiene la cintura de un becerro, que entiende de aritmética tanto como un becerro o cualquier otra cosa.

La metonimia parte de la ambigüedad fundamental que implican los significantes, ya que el significado dado a un significante dependerá de cuál es el segundo significante al cual el primero está asociado, situación muy distinta de lo que ocurre con los signos, los cuales presentan una relación directa y única con un significado. El chiste metonímico consiste así en tomar una palabra en un sentido distinto del que fue emitido; esto es lo que ocurre cuando se busca una palabra en el diccionario y uno se encuentra con que esa palabra tiene distintos significados y puede ser tomada de diversos modos según sus diferentes acepciones.

Debido a las diferencias entre la metáfora y la metonimia, se las ubica como dos dimensiones distintas del chiste.

Lacan utiliza otro ejemplo, el de “treinta velas” en lugar de decir “treinta barcos” y dice que esto puede ser confundido con una metáfora, pero no se trata de eso ya que no es una sustitución en referencia a la realidad porque ningún barco tiene una sola vela, sino que tiene que ver con la función que se establece entre la palabra “vela” y la palabra “barco”, lo cual implica un vínculo en la cadena significante; no se trata de algo metafórico porque dice que esas velas no se hinchan con el viento por no ser algo real y concreto.

Él presenta la metáfora y la metonimia como cosas muy distintas, pero me parece que algo de esto se le mezcla un poco y no termina de quedar del todo claro. El propio Lacan poco después dice que esto presenta ambigüedades y es imposible que no quede alguna hiancia en la presentación de estos temas, por lo que no hay que hacerse mucho problema si ante una frase no estamos perfectamente seguros de si es una o la otra.

Muy por el contrario, rechaza la idea de que exista un metalenguaje según el cual el lenguaje podría explicarse de forma sólida y completa; el metalenguaje es una idea que representa la posibilidad de que haya un lenguaje que no presente la ambigüedad significante, sino que estuviera compuesto por signos que siempre quieren decir una sola cosa sin posibilidad de confusión y donde el equívoco al hablar fuera imposible. Esto sería una matematización del lenguaje, pero es imposible matematizar el lenguaje de forma absoluta, es decir que es imposible que el lenguaje aparezca como las matemáticas, que todos consideramos como perfectas y sin posibilidad de ambigüedades.

lunes, 29 de enero de 2024

La metáfora.

 


Para continuar con el tema de la estructura del inconsciente como la entiende Lacan, tema que ya empecé en la publicación “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”,  voy a pasar a recorrer las dos leyes que regulan esta estructura, la metáfora y la metonimia, tal como están expuestas en las primeras clases del seminario 5 acerca de las formaciones del inconsciente. Para esto voy a tomar especialmente la clase 3, llamada “El miglionnaire”, donde el tema de la metáfora es desarrollado con mayor detenimiento.

Como dicen los españoles, vamos a por ella.

Ya desde la primera clase, en la cual muestra el primer elemento del grafo del deseo, que es conocido como la célula elemental del grafo, Lacan dice que tanto la metáfora como la metonimia se inscriben en la línea que representa al significante, es decir la línea que cruza de izquierda a derecha a la otra línea, la del discurso. Es en esta línea del significante donde deben ubicarse los efectos de la metáfora, de la cual nos ocupamos ahora.

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Es sabido que lo que Lacan entiende por la metáfora, término tomado del lingüista ruso Roman Jakobson como una de las leyes del lenguaje se corresponde con lo que Freud entendía por condensación, como una de las leyes del inconsciente.

Refiriéndose particularmente a la metáfora, se destaca en ella el valor de sustitución que implica, siendo que consiste en la sustitución de un significante por otro. Esto lo vemos claro en ejemplos como cuando alguien le regala una flor a una dama y dice: “una flor para otra flor”, sustituyendo el significante “mujer”, “señorita”, “dama” o cualquier otro por “flor”. Lacan destaca que la metáfora muestra el carácter sincrónico que existe en el lenguaje, siendo que este lenguaje, por definición, es diacrónico porque necesita inevitablemente un tiempo para producirse, ya que no se puede decir todo lo que se quiere al mismo tiempo, sino que hay que decir una palabra por vez hasta terminar una frase. En la metáfora está todo condensado, hablando en términos de Freud, en esa sustitución y ahí se produce todo su efecto de una sola vez.

Como ejemplo paradigmático de la metáfora, Lacan toma el chiste “famillonario” que aparece en “Psicopatología de la vida cotidiana”, en el cual se ve el efecto de condensación ya que se encastran dos palabras, “familiar” y “millonario”, en una y se produce así la sustitución de aquello que se quiso decir por lo que realmente fue dicho.

Desde el primer momento Lacan destaca la creación de sentido que se da en la metáfora, se trata de un plus de sentido que nace en esta sustitución. No es lo mismo decir: “una flor para otra flor” que decir algo como: “una flor para una mujer muy linda y joven”; al utilizar la sustitución metafórica se produce un efecto que es imposible producir mediante la explicación de lo que esa sustitución implica. En estas primeras clases, Lacan está hablando del chiste, la agudeza, para explicar las leyes del inconsciente y es justamente el chiste algo que muestra claramente este plus que se produce en la metáfora, ya que decir: “había una vez… truz” produce el efecto de la risa, mientras que nadie se ríe cuando le explican un chiste porque ninguna explicación crea ese efecto.

Esta creación de sentido, el plus que produce la metáfora, se observa claramente en la fórmula que Lacan da de ella en el signo (+) que introduce en ella, tal como vemos la escritura algebraica de la metáfora en la presentación del artículo.

 De esta fórmula, Lacan ubiaca la “f” como inicial de la palabra “función”, ya que de eso se trata, de la función de la metáfora, la cual consiste en la sustitución de S por S´, expresado por estar una arriba y la otra debajo de la barra, pero ubicándose ambas en relación a S´´. Esto da por resultado un (+), que representa la creación del sentido, algo nuevo que no estaba antes y que no se habría podido lograr de otra manera que no fuera por la metáfora.

Lacan diferencia la creación de sentido de lo que podría llamarse la inyección de sentido, ya que esto generaría la idea de que los sentidos existen en algún tipo de depósito y solamente hay que introducirlos en lo que se está diciendo. Lejos de eso, la propuesta se refiere a algo que no está, no existe, y repentinamente surge.

Se trata de una creación de sentido que apunta a algo que no se dice y Lacan recalca que el efecto es mucho mejor que si se dijera en una explicación, según sus palabras “el mensaje supera (…) al soporte de las palabras”.

Esta sustitución la ubica también en el caso, freudiano también, del olvido del nombre “Signorelli”, en el cual “Signor”, “señor” en italiano, está en relación de sustitución respecto de “Herr”, misma palabra en alemán, que aparece en un sustituto que se le presenta a Freud cuando quiere recordar el nombre del pintor, este sustituto es Herzegovina.

El significante Signor se produce gracias a la descomposición metafórica, que no es otra cosa que la cara opuesta de la unión de dos palabras, como ocurre entre “familiar” y “millonario” para formar “famillonario”; tanto en la unión como en la separación puede observarse el juego metafórico del cual Signor es su desecho.

Para mostrar esto, Lacan escribe la siguiente presentacion:

                              X    .               .   Signor  .

                           Signor                    Herr

 

En este planteo, Signor se corresponde con Herr según el modelo de sustitución metafórica antes explicado (segunda columna) y, al mismo tiempo, Signor está relacionado con la X (primera columna), aquello que no puede ser puesto en palabras y representa el plus de sentido, la creación de sentido que implica la metáfora. Lacan llega a decir que esta creación de sentido es la finalidad de la metáfora.  

Signor aparece dos veces y por eso puede suprimirse, de la misma forma que en matemáticas se simplifican los números cuando aparecen dos veces, uno arriba y otro debajo de la fracción; esto nos dejaría con la relación entre Herr y la X, que es lo que ocurre en el discurso, cuando Freud no recuerda el nombre (aparece la X, la incógnita) y lo que se le presenta es el significante “Herr”).

En el caso del olvido de Signorelli, esta X está relacionada con la muerte y la sexualidad, debido a un paciente de Freud que se suicidó por sufrir de impotencia, siendo que cuando le comunicó a Freud esta decisión de terminar con su vida comenzó dirigiéndose a él como: “herr doctor”.

Pero también puede pensarse en la muerte y sexualidad del propio Freud ya que “Sig” es el principio del nombre de Freud y del apellido del pintor.

            El olvido de Signorelli demostraría la falla en obtener una metáfora que reúna lo que se buscaba con aquello que no se podía decir, ya que en lugar de esta metáfora se produjo un olvido, en lugar de una creación apareció una falta.

La metáfora produce una violación al código del lenguaje, es decir que rompe con todos los sentidos que se dan por sentado en el discurso corriente, como al decir que “había una vez” habla de una situación ocurrida en cierto momento, o que “avestruz” es una sola palabra que no puede ser cortada. La metáfora excede todo lo que cualquier código puede afirmar y produce sentidos que jamás podrían incluirse en este código.

La conexión entre la metáfora y la metonimia se produce en el punto en que no puede existir la primera sin la segunda, ya que la metáfora no puede ocurrir si no es sobre una base de deslizamiento metonímico de un significante encadenado a otro significante que está encadenado a otro significante… y así hasta el infinito y más allá. Es imposible que se produzca una metáfora en el lenguaje si no es en medio de un discurso en el cual una palabra sigue a otra y a otra.

De la misma forma, la metáfora presente en otras formaciones del inconsciente también está ubicada sobre una línea metonímica de asociaciones y cadenas significantes que habrá que desandar para lograr su interpretación.

lunes, 22 de enero de 2024

¿Por qué hablar de la metáfora paterna y no del complejo de Edipo?

 


Si bien Lacan habló del complejo de Edipo durante toda su vida, ya en los primeros años de su enseñanza introduce la metáfora paterna en un escrito llamado “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” y también le dedica a este tema algunas clases del seminario que estaba dictando durante esa época, me refiero al seminario 5, se trata de las clases 8 hasta la 11 donde desarrolla sus ideas.

Serán esas clases y ese escrito lo que nos sirva de base para hacer un pequeño comentario acerca de este tema.

Tengamos siempre presente que el Edipo era algo que Freud había ubicado como ocurriendo entre los tres y los cinco años de vida de una persona y esta cuestión cronológica es algo que no convencerá nunca a Lacan, quien desde sus primeras afirmaciones respecto del tema buscará dar una teoría que corrija muchos de los errores que él encuentra en los postulados del Edipo.

Me parece importante aclarar que la crítica de Lacan va de menor a mayor a lo largo de los años, en el seminario 5 empieza criticando ciertas cuestiones que implican a los continuadores de la teoría y solo tímidamente empiezan a aparece algunas modificaciones de la teoría freudiana, pero más de una década después, en el seminario 17, Lacan hace una crítica muy importante a la teoría del Edipo.

En la clase 7, del 11 de marzo de 1970, llamada “Edipo, Moisés y el padre de la horda”, a continuación de lo que viene diciendo y para aclarar su posición, dice:

 

“No estoy diciendo, de ningún modo, que el Edipo no sirva para nada, ni que no tenga ninguna relación con lo que hacemos”.[1]

 

Esta sola cita nos muestra que Lacan está tomando una distancia muy grande respecto del complejo de Edipo, tanto que tiene que aclarar que no se trata de que lo esté borrando completamente de la teoría psicoanalítica, pero sí que no es la teoría desde la cual va a trabajar él, ni desde la cual va a pensar al sujeto.

Poco después, al final de la misma clase, agrega:

 

“Hoy, para concluir, diría que lo que nos proponemos es el análisis del complejo de Edipo como un sueño de Freud”.[2]

 

Al nombrarlo como un sueño de Freud está diciendo algo así como que es una escena construida por Freud, la cual se tiene que tomar como un sueño, el en cual hay un punto de verdad rodeado de una enorme cantidad de elementos que hay que descifrar, un trabajo que implica traspasar el contenido manifiesto del sueño para poder acceder al contenido latente y poder llegar así hasta el deseo que se manifiesta en ese sueño. De la misma manera, Lacan plantea tomar el complejo de Edipo ya que contiene un punto que el psicoanálisis no puede desconocer, pero para poder llegar a eso hay que despojarlo de toda la deformación que siempre aparece incluida en el contenido manifiesto, es decir que Lacan plantea una especie de purificación del Edipo, quitarle todo lo que tiene que ver con la escena, el “cuentito” de lo imaginario, para poder quedarnos con lo que realmente nos sirve en la clínica con pacientes.

Pero empecemos por el principio.

Lacan comienza la clase 9 del seminario 5, clase llamada “La metáfora paterna”, mencionando algunos de los problemas que han aparecido en relación al complejo de Edipo, incluso después de la muerte de Freud, son problemas que fueron surgieron con las teorías psicoanalíticas que iban apareciendo y las preguntas que se producían, fundamentalmente en relación a los tiempos postulados por el complejo de Edipo tal como lo explicó Freud.

Es así como ubica lo que él llama tres polos históricos respecto del Edipo, el primero de los cuales se refiere a la posibilidad de que exista una neurosis sin haber atravesado el complejo de Edipo, lo cual era una pregunta que circulaba en aquella época y hasta menciona un artículo que lleva por título justamente esta pregunta. A este tema le suma la pregunta por la posibilidad de existencia de un Súper Yo materno, el cual sería más exigente y opresivo que el paterno postulado por Freud.

El segundo de los polos destacados por Lacan habla de la pregunta acerca de la etapa preedípica y qué es lo que ahí ocurre y cómo influye esto en la posterior evolución del sujeto, ya que menciona que lo que ocurría en la etapa del autoerotismo tenía su importancia, pero solo a través del Edipo y que en esa época no existía la noción de retroacción, de manera que todo lo ocurrido antes de los tres años planteaba preguntas que el complejo de Edipo no podía responder suficientemente e incluye críticas a Melanie Klein en relación a que cuando ella cree indagar sobre lo preedípico no hace otra cosa que encontrar elementos edípicos.

El tercer polo se refiere a la relación entre el Edipo y la genitalidad, es decir la relación que existe entre el cuerpo masculino o femenino que alguien tiene y la asunción de una identidad sexual que puede o no coincidir con la sexualidad biológica; en este punto destaca que existe una gran ambigüedad dentro del análisis y que ha quedado una idea de una herencia filogenética que produce mucha oscuridad.

Otro de los problemas más grandes que Lacan diagnostica respecto del extravío que los analistas sufren en el tema tiene que ver con lo que él llama la perspectiva ambientalista con la cual los analistas abordan estas cuestiones, es decir que llevan la pregunta al plano de la realidad y de esa forma se ocupan de investigar si el padre estaba presente, si era demasiado frágil y permisivo, si por el contrario era demasiado severo, si se iba mucho de viaje y demás cuestiones por el estilo hasta llegar a la pregunta de si podía existir el complejo de Edipo si no había un padre presente. La crítica está dirigida a que se ubica en el centro de la cuestión al padre de carne y hueso, el padre de la realidad con todos sus atributos imaginarios, cuando en realidad no se trata de eso sino de su función en tanto significante, es decir el Padre o la Ley. En pocas palabras, se trata de otro elemento que hace que Lacan critique a los post freudianos porque se quedaron atrapados en las cuestiones imaginarias de la teoría psicoanalíticas y no pudieron jamás acceder a los postulados simbólicos, los más importantes para Lacan a la altura del seminario 5.

Esta es la presentación que hace Lacan de los problemas que conlleva el Edipo para empezar a hablar de la metáfora paterna, pero al ir avanzando en el tema veremos que hay otras críticas que aparecen muy sutilmente.

Es por estos planteos que Lacan dice:

 

“…pretendo que toda la cuestión de los callejones sin salida del Edipo puede resolverse planteando la intervención del padre como sustitución de un significante por otro significante”.[3]

 

Es decir que la metáfora paterna viene a resolver todos los problemas que surgen del planteo del complejo de Edipo, ya que la fórmula de la metáfora implica la sustitución de un significante por otro.

Esto implica que ya no se hable más del padre en términos ambientalistas y se pueda ubicar la función del Padre, es decir el significante del Nombre del Padre.



[1] Lacan, J. “Seminario 17” Buenos Aires, Paidos, 2008, pág. 118.

[2] Lacan, J. Idem,  pág. 124.

[3] Lacan, J. “Seminario 5”. Buenos Aires, Paidós, 2010. Pág. 180.

martes, 16 de enero de 2024

Acerca de la asociación libre. Parte 2. La trama.

 




Agradezco nuevamente la participación de la lic. Flora Fainkuchen, con este texto acerca de uno de los pilares de la técnica psicoanalítica.

La trama

Minicuento escrito por Jorge Luis Borges

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

 

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

 

 

Este minicuento lo trae en una asociación libre un paciente, que presenta un vínculo muy traumático con su padre, y que desea no seguir repitiendo este vínculo con diferentes personas que simbolizan para él la autoridad.  Su infancia y juventud la vivió en una villa miseria. ”Callejeando”

El paciente debía que rendir su última materia para recibirse de licenciado en ciencias políticas, carrera que realizó tras terminar la secundaria en una escuela para adultos y que refiere no sabía bien leer y escribir.

Esta materia le costó muchísimo poder rendirla, no porque no supiera el contenido, sino porque no se sentía merecedor de recibirse y con sentimientos de baja autoestima y temor irracional a la autoridad del profesor.

 

¿Qué es una trama?

La palabra trama tiene su origen en un vocablo latino que hace referencia al grupo de hilos que, combinados y enlazados entre sí, consigue darle forma a una tela. La palabra también designa al tipo de seda que, por sus características, resulta útil para entramar.

La trama también es la confabulación o conspiración que se lleva a cabo con el propósito de dañar o perjudicar a alguien.

Otro uso del término se refiere a la disposición interior y conexión entre las partes de un determinado asunto. Se utiliza, por ejemplo, en el ámbito de literatura, el teatro o el cine, para nombrar al enredo, tema o argumento de una composición u obra.

Según lo expresa Aristóteles en su «Teoría de la trama unificada«,  debe dejarse constancia de las diferentes partes que hacen al desarrollo de una historia; además, deben nombrarse los elementos fundamentales de la misma, estableciendo la conexión que existe entre ellos. De este modo, la anulación de alguno de estos elementos, supondría el fin de la coherencia en la historia, ya que todos y cada uno son imprescindibles.

Basados en esta teoría, en narratología se conoce como trama a un relato en el que se detallan (no siempre de forma cronológica) los sucesos que tienen lugar en una obra, para ser presentada a un determinado público. En ella se busca mostrar y relacionar los diversos elementos que aparecen en la obra, sin detallarlos minuciosamente.

La trama se encuentra dividida en varias partes, las mismas son: introducción, desarrollo o nudo y desenlace. En todas las narraciones se encuentran estas partes, a veces se encuentran dispuestas de forma desordenada, pero es imprescindible que aparezcan.

De acuerdo al tipo de información que presenten, las tramas pueden ser: descriptiva, argumentativa, narrativa y conversacional.

 

Acerca de la obra literaria “la trama”:

La tragedia renovada aparece en «La trama» (El Hacedor, 1960), de Jorge Luis Borges

Este texto se viste de un comentario literario. Las citas a Shakespeare y a Quevedo tienen este objetivo, al igual que la frase en el segundo episodio: «estas palabras hay que oírlas, no leerlas» que aluden al proyecto de Hernández de construir el discurso del gaucho directamente, en forma de canto, en el Martín Fierro.

Se trata de un hecho que se repite ad infinitum, el asesinato del gaucho mayor no puede producir verdadera sorpresa.

En cuanto a lo temático, se puede destacar dos principales tópicos borgianos desarrollados en este cuento: la circularidad del tiempo y la indeterminación del concepto mismo de la identidad. La repetición de los hechos que le sucedieron a César, luego al gaucho y, en el futuro, a los personajes que vuelvan a sufrirlos en cuentos posteriores, se explica en base a una concepción de la realidad diferente a la linealidad del tiempo occidental moderno. El principio de la circularidad del tiempo, en el cual somos como personajes que repetimos las «tramas» de nuestros predecesores, es un tema bastante trabajado en la obra borgiana, y tiene sus raíces en tradiciones culturales distintas a la occidental.

Esta repetición circular, nos conduce al siguiente punto temático: la indeterminación de las identidades. En varios cuentos de Borges, se sostiene un postulado: los seres humanos somos uno solo. El destino del hombre es repetir las sensaciones, sentimientos, pasiones, cóleras y decisiones que otro ya realizó, y prefigurar las de algún otro que está por nacer.

Repetir historias que otros vivieron desestima los rasgos particulares de los personajes del texto. Aún más, presentar en paralelo los dos episodios, entre los cuales podría intercambiarse los acontecimientos sin que los respectivos resultados cambien, borra los rostros de los actores. Mejor dicho, de un solo actor de una misma fábula:  el significante íntimo del texto: Edipo, el hijo asesino de su padre.



La re-actualización de la tragedia

Rene Girard reflexiona sobre la relación entre los mitos y la tragedia griega en su libro «La violencia y lo sagrado». En los relatos míticos, la muerte violenta de un personaje, calificado como el «chivo expiatorio», simboliza y ejecuta en sí misma la expiación de los males de la comunidad. En este individuo, se concentra el mal, de modo que, con el derramamiento de su sangre, se purifica el mundo. No obstante, Girard apunta que los relatos tradicionales griegos, como el de Edipo, por ejemplo, dejan de tener esta calidad ritual cuando se transponen a la Tragedia, cuyo nacimiento coincide con el reemplazo de las formas de sanción tradicionales de la tribu en la antigua Grecia, para dar lugar al sistema de la civilización regido por los códigos de justicia y sus instituciones administradoras.

En la Tragedia, dice Girard, los delitos cometidos por los antiguos personajes del mito se convierten en errores trágicos que cualquier persona podría cometer, de modo que «todos los personajes se reducen a la identidad de una misma violencia». De ahí que las tragedias sean tan espectaculares cuando los errores son cometidos por varios personajes y el destino trágico persigue a todos ellos.

La tragedia de César, quien es el padre simbólico de Marco Bruto y se ve reflejado en él, de modo paralelo a lo que ocurre con el gaucho y su ahijado. Si César es Bruto y el gaucho es su protegido, la tragedia del hombre es asesinarse a sí mismo. Esta contradicción es sobre el principio de un tiempo circular que disuelve las diferencias entre los hombres.

Tanto el César de Shakespeare como el de Quevedo son el mismo hombre que el gaucho moribundo, e iguales son sus patéticos reclamos, cuyas «palabras hay que oírlas, no leerlas». Con este recurso anti-racional, se completa la perfección del horror que Borges imprime a la historia trágica: todos somos Edipo. De hecho, el psicoanálisis había consolidado sus reflexiones sobre el tema para el momento en que se escribía «La trama» y esta estremecedora conclusión es solo una de sus repercusiones principales.

El destino, entonces, marcaría a los hombres debido a sus pulsiones más íntimas y a su propia condición humana. Debido a que ambos son factores comunes a todas las personas, su destino es idéntico. Aceptando ello, todas las personas son una misma persona.

Los personajes sufren y mueren «para que se repita una escena», no solo se afirma la repetición de la fábula en diferentes historias, sino también la repetición del acto de repetir la fábula en diferentes historias.

Borges ha citado a Shakespeare, Quevedo, y afirma que en un futuro la escena que acaba de contar se repetirá, ello significa que habrá otro autor que recoja esta historia y la vuelva a escribir, con distintas palabras, quizás, pero con los ecos inevitables de la suya y de todas las anteriores.

Borges queda sumido en un similar destino al de sus personajes: él no está escribiendo la historia, sólo la recoge. No crea; más bien, recuerda. No es el verdadero autor del cuento, solo lo copia y lo ilustra.

Sus palabras ya las escribió o dijo alguien antes, y otro las citará de nuevo en el futuro. El autor es solo el eco de la voz de otro, el reflejo del hombre hermoso, no su rostro.

 

¿Cuál es la trama de este paciente? Y como trabajar con esta trama:

En principio podemos decir que este paciente tiene tela para entramar, que puede asociar y hacer rectificaciones subjetivas. Las tramas son las sesiones, su palabra y su discurso.

Presenta diferentes escenas, donde es importante el significante que se repite para escuchar lo que le pasa, puede asociar, la transferencia es positiva y avanza el tratamiento.

Su trama es el vínculo con su padre, su dificultad para superarlo y sus ganas de ser buen padre. El aspecto académico y cultural, es una forma de sublimar su angustia, y superar a su padre.

Muchas veces trae textos que lee para explicar sensaciones o sentimientos para los que no encuentra palabras.

Freud explica que la familia resulta de la constitución de una trama identificatoria inconsciente. Esta trama está basada en gran parte en la situación edípica.

De esta manera el inconsciente cumple algunas funciones a saber:

Es una memoria funcional, un archivo de la familia.

En él, se condensa toda la historia multigeneracional.

Realiza una distribución de las posiciones identificatorias de cada miembro de la familia

En el inconsciente se asientan mitos como configuraciones privilegiadas, destacándose sobre el tramado familiar, con un estilo peculiar y un carácter que le es distintivo.

Es desde este tramado familiar inconsciente, relacional e identificatorio, desde dónde sobrevienen los mandatos, prohibiciones, destinos y significaciones.

Armar una trama es diferente a develar una historia. Armar una trama implica, muchas veces, develar muchas historias para poder construir una diferente.

Como analista soy el disparador de un armado: que donde era Ello advenga el Yo y el sujeto.

Con una función estructurante, que implica ligar (a través de la contención, del funcionamiento en espejo, del poner en palabras, etc.) aquello que ha dejado huellas que incitan a la repetición del movimiento.

El armado de una trama que permitirá luego la construcción de una historia. Una trama que funcione como un sostén interno que permita no sólo la diferenciación sino una base para poder enfrentar los avatares de la vida.

Con interpretaciones, construcciones, señalamientos, palabras, gestos, mis movimientos irán produciendo desfijaciones, desidentificaciones, posibilitando el entramado de redes, mediatizaciones, la instauración del principio de placer y la ligazón de lo traumático. Se trata es de ir deconstruyendo-construyendo, modos de funcionamiento en los que predominaba el sufrimiento por otros más creativos y placenteros.

Así el paciente puede ubicarse como sujeto, que soporte embates al narcisismo, que puede apelar a diferentes modalidades defensivas según las circunstancias y, fundamentalmente, que la compulsión a la repetición ceda dejando lugar a la creación.

Esto implicará tomar caminos diversos, que pongan en movimiento un proceso que reestructure lo coagulado.